El 23 de marzo de 1994 se ejecutó la decisión de sacar de la competencia por la Presidencia de la República al candidato del PRI; podrido el sistema, los fríos cálculos de un poder sin límites llevó hasta quitarle la vida al abanderado, demostrando que eliminar personas era un acto aceptado. De hecho, ese cobarde asesinato marcó un ciclo y retrató la historia de un régimen que inició con un crimen, el de Obregón, y se empezó a escindir con otro crimen, el de otro sonorense, Luis Donaldo Colosio. El próximo 23 de marzo fecha calculada para lograr una dispersión noticiosa por las vacaciones de Semana Santa se tiene previsto sacar de la contienda por la Presidencia de la República al señor Andrés Manuel López Obrador, puesto que se ha sugerido ese día para desaforarlo de su cargo de jefe de Gobierno del Distrito Federal. Podrá ser coincidencia, perversa casualidad de los tiempos políticos, pero lo cierto es que estamos a punto de regresar muchos años atrás.
En este mismo espacio, dije entonces: “… esa solicitud de la PGR se está enderezando políticamente y no desde una posición jurídica, los diputados de Acción Nacional deben estar conscientes de ese engaño”. He expresado mi punto de vista contrario al desafuero, desde diversos enfoques. Desde el que considera una torpe campaña orientada a promoverlo y engrandecerlo en el espacio mediático, que bien aprovecha en una condición casi de martirologio ya adelantó que desde la cárcel lanzaría su candidatura, hasta el que se asienta en el alegato jurídico de que no puede haber delito sin pena.
En el caso de que en efecto exista una violación a un mandamiento judicial como lo es el desacato, del que se le acusa, no hay sanción prevista en el código penal. La ineficacia práctica de restitución del derecho en ese proceso salta a la vista. Sólo se le quiere mantener bajo proceso para la inhabilitación consiguiente de sus derechos políticos. Eso es lo verdaderamente delicado de este tema, y los demócratas de México no podemos consentir que se fragüe una operación política de descalificación anticipada de cualquier contendiente; sería un retroceso. Aclaro que así como no creía en que Luis Donaldo Colosio representara todo lo que ahora se dice de él, por supuesto que tampoco creo en el señor López Obrador y, en efecto, me causa escalofríos ignotos la posibilidad de su llegada, pero creo en la democracia, y veo a la competencia política como la vía más precisa de su fortalecimiento. Ese desafuero constituiría un atentado a nuestra incipiente democracia, y crearía un caldo de cultivo para la violencia política que hasta ahora no tuvo siquiera el cambio de poderes vía la alternancia en la Presidencia.
Me asombra que muchos de los que, desde su muerte hasta nuestros días, han usufructuado el atentado a Colosio, y se proclaman herederos de su pensamiento, sean partidarios y operadores de una medida tan desleal a esa memoria, me preocupa sobremanera que en Acción Nacional podamos estar de acuerdo con una medida que nos desdibuja y puede negar la larga tradición de lucha democrática. Frente a faltas más graves como el peculado electoral cometido a Petróleos Mexicanos por parte de los dirigentes sindicales y la impunidad de la que gozan en nuestros días por virtud del no desafuero, es obvio que no imperó el prurito legal ni justiciero. Entonces faltaron votos para el desafuero por ausencias injustificables, y ahora se asegura que se podrá contar con los votos suficientes dotados por la bancada priísta en la Cámara de Diputados. De realizarse, la maniobra resultará contrastante.
Defender la legalidad y el estado de derecho bajo los argumentos con los que se busca desaforar al perredista puede llevar si somos consistentes a que ninguno de los más fuertes precandidatos de casi todos los partidos contiendan. Sería declarar desierta la contienda del año 2006.
Se dice que no puede haber riesgo mayor para el país, para la economía y la política, que el señor López Obrador llegue a la Presidencia. Que todas las consecuencias posibles de inhabilitarlo son menores incluido el riesgo de violencia política, frente al despedazamiento que puede hacer de las instituciones. Que nos regresaría a los 70 y que, por lo tanto, nosotros debemos aceptar que nos regresen por lo menos al 88.
Tal planteamiento, en el que prevalecen mucho más las animadversiones personales que las convicciones democráticas, asume anticipadamente la derrota, y en el peor de los casos ¡opta por regresarle la Presidencia de la República al PRI! Las fobias a López Obrador son más fuertes que las filias a la democracia. Me opongo absolutamente a que prevalezca esa visión, a que se cometa ese error.
Esta posición tiene que ver con un convencimiento personal tras largas conversaciones y discusiones sobre el tema con diferentes actores. Cuando la argumentación jurídica y la valoración política no pueden triunfar, se saca la Bandera, la patria, la soberanía, el país amenazado, Venezuela en México, y la defensa de nuestro futuro, paradójicamente tratando de regresarnos al pasado. Estoy convencido que el desafuero no es un proceso que busque resarcir la legalidad o reinvindicar el estado de derecho; tiene una clara, peligrosa y funesta intención de inhabilitar políticamente a López Obrador, como el más fuerte candidato del PRD, por no decir casi su dueño.
Y estoy convencido de las preocupaciones de muchos sobre López Obrador. Pero hay que repetirlo: se le puede ganar en las urnas, se le debe ganar con votos, se le tiene que ganar en la contienda.
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