Un gran recuento de la venganza política del #MaruDuartismo. No dejen de leer este texto de acero que escribió Vanessa Romero.
Aquella mañana del 2 de junio, Javier Corral no votó en su casilla habitual situada al este de la Sierra Madre Occidental. Menos mal. Él no lo sabía, pero en Chihuahua, lo esperaban para arrestarlo los hombres de la gobernadora, María Eugenia Campos. Su voto por Sheinbaum quedó registrado en una casilla especial en la Ciudad. Horas más tarde, el exgobernador festejaba en el Zócalo capitalino. La danza que preludia el viacrucis.
Cuando Corral tomó las riendas del estado grande en 2016, ni tardo ni perezoso fue tras la sombra de los millones triangulados por el gobierno federal para engrosar las arcas del PRI. Entonces, el Revolucionario Institucional era manejado por Manlio Fabio Beltrones: impune transexenal y actual huérfano de partido. Por si fuera poco, Corral reveló un desfalco millonario que, entre otras irregularidades, financiaba la nómina secreta de César Duarte, su predecesor. En la nómina figuraba su discípula, la actual gobernadora. Tres poderosos tigres acabarían enojados con Corral.
Pero el pasado tiene la costumbre de no quedarse quieto. Al exgobernador lo persiguen por venganza y por temor a que la flamante Presidenta decida ponerlo a buscar bajo la alfombra las miserias de administraciones previas. Para Corral, sus credenciales son arma y condena. Para Maru, César y Manlio, la cercanía del exgobernador con Sheinbaum es tambor de guerra.
Con eso en mente, Maru Campos ha ido tejiendo su estrategia para derrotar a Corral por las vías legales (el lenguaje es figurado). Ha explorado juicios políticos, administrativos y penales con la precisión de quien controla el tablero: el Poder Judicial y la fiscalía del estado están en sus manos. Sí, esos entes despolitizados y autónomos. Los que liberaron a Duarte dos días después de la elección. Aquellos mismos que emitieron una orden de aprehensión contra Javier Corral. Porque así lo manda su reina.
Dado que las vías institucionales incomodan a los mafiosos, no hubo intento inicial de colaborar con la Fiscalía de la CDMX para ejecutar la orden de aprehensión dictada por sus súbditos. En cambio, trascendió que, hace un par de semanas, agentes de la gobernadora intentaron trasladar a Corral -de forma ilegal- de la Ciudad de México a territorio chihuahuense. Secuestrarlo, para llamar a las cosas por su nombre. Fallaron y, con ese fracaso, detonaron las alarmas.
Tic-toc. El maruduartismo -así llaman a la criminal asociación- tiene el tiempo en contra: en un par de semanas, Corral será senador de la República. Con fuero y otras dulzuras implicadas. Por ello, en una acción apresurada, con un oficio interno filtrado desde las entrañas de la Fiscalía de la Ciudad, personal de la Fiscalía Anticorrupción de Chihuahua -sin la compañía legalmente requerida de la Policía de Investigación capitalina- intentó detener a Corral en territorio ajeno. Acusado de desvío de recursos y ejercicio indebido de funciones. Inserte aquí la frase de los patos que tiran a las escopetas.
Con el contexto de las intentonas previas (y para irritación de muchos), la Fiscalía de la CDMX solucionó. Su titular -el encargado mismo de autorizar colaboraciones- zanjó el asunto. No atraparon a Corral, pero obtuvieron algo más valioso: su imagen (casi) siendo aprehendido.
Hoy, en medio del caos orquestado, Chihuahua ha disparado su última bala: Corral es prófugo de la justicia, claman. Tal acusación, esperan, alcanzará para inhabilitarlo como senador. Como si, en los tiempos que corren, los poderes judiciales convertidos en armas políticas, las órdenes de aprehensión fueran algo más que un acto de fe.
¿Qué buscaban realmente los líderes norteños? ¿Negociar con Sheinbaum? ¿Llevarse al exgobernador? ¿Inhabilitarlo? Quizás, ante el horizonte árido que se extiende ante ellos -y parafraseando a Javier Otálora al hablar de Ulrica-, solo intentaban alegrar con colores lo gris de su mundo.
@vannessarr
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